"Can you see me? All of me? Probably not. No one has ever really has" - Jeffrey Eugenides



viernes, 6 de agosto de 2010

El señor de los anillos

Por un momento, recordemos el incidente de allá por el 2006 con Carolina (mi cuñada) y el anillo de las bananas de la joyería Belgiorno. Hagamos un minuto de silencio y transportémosnos a ese instante. Intenemos sentir otra vez esa impotencia, esa bronca inexplicable, esas ganas de arrancarle el cuero cabelludo y terminar con su melena rubia de Barbie, ese impulso violento por cortarle todos los dedos para que no use un sólo anillo más en su vida, o las variantes más tranquis como escupirle en la cara o gritarle barbaridades. Rememoremos ese enojo contra El Concubino por "no defendernos" o ser el altavoz de todas esas cosas que yo, por ser yo, no podía decir. Bueno, todo eso de vuelta y esta vez, reloaded.
Sábado 6 de la tarde, mi casa.
¡Qué bueno que vienen a tomar el té a casa cuando estoy enferma! ¡Qué lindo que me hagan compañía! Si, hace mil que no nos veíamos. ¿Es la primera vez que venís Pedro? Si obvio pasá, te hago un tour, bueno, ¡ni que la casa sea tan grande!. Risas por acá, mate por allá y mucha charla amena. Gracias por las cosas ricas, voy a comer facturas hasta el 2014 y ser una bola, qué amor ¿Seguro que no quieren llevarse algo? En fin, todo muy lindo hasta que se fueron. Levanté lo que quedaba en la mesa, lavé sequé y, cuando estaba acomodando unos almohadones en el living, me lo encontré. Bastó solo verlo para pudrirme por dentro.
Sábado 8 de la noche, mi casa a.k.a. El Infierno.
Antes de estallar (en llanto o enojo, no me decidía), con *disimulo* y el anillo en mano voy al cuarto donde El Concubino retozaba con Hija en brazos, viendo dibujitos. "Este anillo que encontré en el piso, (en el lugar donde estaba sentada ella) es de Carolina, no?" pregunté yo, ratificando una pelotudez evidente, con cara de "me traicionaron y no lo puedo creer", de "me vieron la cara de Julio César y yo ni me dí cuenta". ¡La que te re mil pendeja! Que bronca. Concubino me mira sin ver, asiente con la cabeza: efectivamente, igual al mío era de (de vuelta) Carolina. "¿Es muy parecido al tuyo?" me pregunta. Ni me mira porque se la ve venir. Quiero imaginar que piensa en elegir sus palabras con cuidado, sabe que de eso pende mi estabilidad mental.
"Sí es exacto al anillo nuevo que me regalaste este año (ese que te pedí - de la misma joyería- no solo porque me gustaba sino para para sentirme un toque más original, ya que me había cagado el otro)" contesto. "¿Es a propósito, no?" agrego con una media sonrisa, sarcástica.
Le brotó una larga explicación -nerviosa- en respuesta. Parafraseó una conversación con Señora Suegra, Carolina y él hace unos días. Me contó que, pobre, no era la culpa de Carolinita tener no uno sino dos -¡dos!-anillos calcados a los que uso yo todos los días, que habían sido -ambos- un "regalo" (en realidad habían sido un pedido caprichoso de ella pero, a los fines, era lo mismo), que ella se daba cuenta que a mi me molestaba (¡bien nena sabés leer!) y que por eso, seguramente, se lo había sacado antes de entrar a casa. Por respetarme a mi, para no pelearnos, para que yo no le ponga cara de culo, ni idea. ¡Un primor! Please, qué considerada.
No te hubieras molestado Caro, no le hubieras pedido a tu novio que te compre el mismo anillo que yo para el aniversario de un año de noviazgo -igual que yo- y listo. ¡Mirá cuanto más fácil! Y que ahora lo tenés por lo menos hubieras elegido otro del alhajero de tu abuela y todos contentos, pero no. Lo peor: la juega de mosquita muerta.
Regresión al té.
Criatura, mientras tomábamos el té, se la pasó jugando a revolver carteras y parece ser que le tuvo una especial aprehensión a la de mi cuñada. Ni que supiera la nena, mirá. Al margen: a este paso mi hija a los 3 años, se recibe de ladrona."Yo mismo ví como le dió vuelta la cartera a Caro, debe haberse caído ahí, ella no quería que te enteres" me seguía detallando El Concubino en un intento (muy) fallido de justificación.
Presente.
Yo escuchaba en silencio impávida. Me mordía le lengua pero en silencio. Y no quería saber más, no necesitaba saber más. Era suficiente. Me dí vuelta, y de cara a esta pantalla, me puse a escribir este post desaforada, sin parar, como en un trance. Mientras, debo admitir lloraba un poquito. De frustración más que nada, porque sabía que no valía la pena ni intentar explicarle todo lo que esta actitud me provocaba.
No sólo me jodía que me hubiera copiado -otra vez-. No sólo me molesta que ahora tengamos las dos manos con bijouterie de alta gama idéntica lo cual presumo una ridiculez (que me da vergüenza). No sólo me parece feo que lo esconda, y lo que es peor, lo reconozca y no me lo diga. No sólo me enerva que jamás voy a poder decir *nada*. No sólo me rompe las pelotas que yo -¡yo!- voy a quedar como una nena caprichosa si dijera algo. Sino tantas, tantas, otras cosas que Concubino, por más bueno que fuera en todo *lo otro*, jamás iba a entender. Al menos no ahora, en este mundo, como yo necesitaba. Sabía, desde antes de empezar, que era una batalla perdida y ni lo intenté.

No hay comentarios.: