"Can you see me? All of me? Probably not. No one has ever really has" - Jeffrey Eugenides



martes, 17 de agosto de 2010

Crónica de una caída anunciada

No iba a salir. El Concubino vería a sus amigos y yo me iba a quedar cuidando a la hija de ambos hasta que sonó el timbre: el (ansiado) pedido de ropa extranjera. Excitadas: Hija, Niñera y yo rompimos las bolsas pertinentes y jugamos un rato "a la ropa" como diría una preciada amiga.
Le probamos a Margarita las remeras y vestidos nuevos, desfilamos frente al espejo si mal no recuerdo hasta pusimos música para ponernos en ambiente. Le apilé sobre la silla del escritorio los regalos a El Concubino para conservarle la gloria de romper el "paquete" en el que vienen envueltos. Así de buena compañera soy. Y en un asalto de adrenalina y coraje, me subí a los nuevos tacos de 15 centrímetros turquesas. No exagero, los medí.
Para esta altura del día ya estaba anocheciendo y era viernes (perdón por el delay en postear). Me embalé con estrenar los zapatos nuevos en la pista de baile con mis amigas ignorando todo indicio de que hiciera lo contrario.
Es sabido, entre las mujeres al menos, de que no se estrenan zapatos para fiestas, casamientos y derivados. Por la obvia razón de que no estás acostumbrados a ellos ni ellos a vos y que los factores (viejos y conocidos) como el alcohol en sangre, las aglomeración de gente, etc no funcionan como aliados. Yo los caminé por toda la casa y me convencí de que "no se les sentía el taco" y que podía caminar con total perfección, como si hubiera nacido sobre ellos, como una modelito púber.
Después de acalorada discución con El Concubino por el cambio de planes, se me concedió salir. Cuando llegó la hora y El Señor de La Casa volvió del trabajo, me vestí para la ocasión. Me pinté y hasta me clavé esa remerita que combinaba tan bien con el celeste de mi nueva adquisición para ir a la casa de una María Chiquita en el Centro.
Juegos de preboliche mediante me saqué los zapatos (por debajo de la mesa) lo que nadie notó "para estar más cómoda", vergüenzas que hacen los borrachos. Para el momento que me levanté del sillón veía doble. Sorpresivamente no dudé un segundo de mi capacidad de caminar sobre ellos, hasta que las rondas de Absolut Kurrant se empezaron a sentir y para ese momento ya era demasiado tarde.
Adentro del boliche había tanta gente como fósforos en una cajita. Tardé tres canciones -¡nada más que tres!- en caerme estripitosamente, con ruido incluído y sin gracia. Mi flamante calzado voló como OVNIS por los cielos. Gracias a Dios, una alma caritativa me los acercó piadosa (calculo que de la vergüenza ajena) antes de que saliera corriendo del bochorno. Salí de la boite rengeando, toda colorada por el episodio y desesperada por un taxi.
Hoy, tengo un *lindo* esguience, que hizo desaparecer mi tobillo y lo convertió en una bocha de jockey, adosado a esta anécdota. Cada vez que lo veo, al margen de que me duele e invoco a mis ancetros para que esta tortura se termine rápido, recuerdo los detalles que les comparto.

Ahora, lo que me preocupa, en serio es si después de este *trauma* voy a poder volverme a subir a ellos, mis tacos asesinos.

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