"Can you see me? All of me? Probably not. No one has ever really has" - Jeffrey Eugenides



jueves, 26 de agosto de 2010

Bochorno

Fui con mi hija al Correo Argentino a buscar un pedido de Amazon que habia hecho hace un mes. No entiendo quién me hizo creer que no iba haber cola, que el trámite iba a ser una boludez y que me iba a ir feliz con mis libritos por leer bajo el brazo. Busquemos a esa persona y matemosla, artesanalmente y despacio, porque todo lo que me dijo era una vil blasfemia. No entiendo -¡yo!- como pasé de largo la parte de "Argentino" en su nombre y no lo asocié automáticamente con burocracia, ineptitud y pèrdida de tiempo.
Gracias a Dios y muy a mi pesar, cuando lleguè y me puse última en la cola, se asomò una metiche regordeta pero divina señora que me dijo "si estàs con la nena te atienden primero, como si estuvieras embarazada, preguntà en mostrardor". A mi esas cosas me dan un pudor y una vergüenza inigualabes, no se porquè. Es como cuando te tiràs un pedo y todos saben que fuiste vos. ¡Terrible! pero tampoco iba a dejar pasar la oportunidad. Boluda lo que se dice *boluda, no soy.
Me acerqué al escritorio y no llegué a articular palabra que en efecto, pasè. Sentí la mirada acusadora y molesta de todos los que hacían cola en la nuca. No lo disimiluaron cuando me dí vuelta con una sonrisa para agradecerle a la amorosa de la sugerencia. Ella sí me miraba complacida, había hecho su buena obra del día. Cuestión que me dieron un numerito. Ahora solo tenìa que esperar (en una sala enorme con asientos -¡no era nada grave!-) a que me llamen y me dieran mi encomienda, pagar lo que hiciera falta e irme a mi casa a cocinar el almuerzo y leer, leer horas mientras Hija duerme su siesta.
Estàbamos fenómeno Hija y yo de buen humor, nos reíamos, jugábamos, cantábamos bajito y soñàbamos con què ibamos a comer cuando llegaramos a nuestro amoroso hogar a pesar de haber tomado el desayuno hace 20 minutos. Eramos Lorelai y Rory Gilmore, en versión argenta (y no por eso chota). Hasta que llegó la debacle.
Mi Hija insistía en que le diera mi manteca de cacao. Se la dí presintiendo que iba a ser motivo de pelea. Al principio un amor, mi criatura es re coqueta y me ponía rouge a mi primero y después se ponía ella (por supuesto que en cualquier lugar menos en los labios). Los cercanos a mi asiento murmuraban piropos o me comentaban lo linda que les parecía, ¡que amorosa!, ¡que sociable!, ¡que lindos ojos! yo me sonrojaba y agradecía. Nunca sé como manejarme en esas situaciones.
En un descuido mío el retoño descubre como sacar toda la barrita de la manteca de cacao afuera y decide empezar a comerla. La señora a mi lado lanza una carcajada y cuando me percato mientras yo también me reía le explico que no, que eso no se come, que mejor lo guardamos. Para qué.
Hija puso el grito en el cielo y cuando digo esto me refiero a que se tiró al piso a llorar como una desquiciada. No había forma de distraerla, le mostraba otras estupideces que tenía dando vuelta en la cartera (que siempre le interesan y le divierten) y no había caso. Yo para mis adentros pensaba, ya se le va a pasar, es un ratito pero no, Hija lloraba desconsoladamente. Me acordaba de todas las madres que condené a hoguera en ocaciones similares.
Hija estaba furiosa, roja, transpirada, sacada, desencajada, poseída. Cuando me acercaba a hablarle el oído me pegaba. Y lo peor de todo, lloraba a los gritos. Le ofrecí de vuelta la manteca de cacao pero la tiró lejísimo. Listo cagué. Ni con eso. ¿Y ahora?
Que no les quepa duda que para esta instancia toda la sala de espera me miraba fijo mientras escudriñaban todos mis movimientos. A demás me mandaban mensajes telepáticos diciendo "callala, hace lo que tengas que hacer pero callala", "de la forma que sea, callala". Posta, me llegaron. Ustedes no entienden a qué punto de nerviosismo llegó mi estado de ánimo. Durante 30 minutos o más (¡imaginense que no me fijé en el reloj! y de cualquier manera nos parecieron una eternidad -a todos-) sin descanso lloró y lloró. Lloró pero como si la estuviera operando sin anestecia. Lloró como si yo me hubiera muerto en un accidente de auto.
A tal punto se exasperó que nada de lo que hiciera la calmaba. Es más parecía que solo sonido de mi voz la irritaba más. Entonces me callé, intenté moviendola, acariciándola. Nada servía ella seguía llorando sin cesar. La situación se me fue tanto de las manos que llegó un momento que la miré y le grité BASTA MARGARITA, BASTA POR FAVOR, CALLATE. Ni te cuento la reacción.
Yo estaba roja y transpirada igual que ella y ganas de llorar a la par creanme, no me faltaban. Un gordito operador de Aduana se me acercó y me dijo vení por acá (guiño guiño) era tal mi desesperación que no dudé e hice exactamente como me indicaron, ni pregunté, ni miré a nadie. Me quería ir corriendo de la sala de espera antes de que me lincharan. Aparentemente me saltié todos los pasos, incluso el de pagar, me dio mi paquete y me pidió (explicítamente) que me fuera. "Tomá querida, andá por favor, es una tortura tu hija, no sé que le pasará o qué le hiciste pero andá nomás". No tenía energías ni para contarle que ella nunca es así, que no sé que le pasó, que perdón y gracias, muchas gracias.
Me fui lo más rápido que pude infeliz, avergonzada pero me fui. Margarita nunca dejó de llorar hasta que llegué a mi casa y todavía no entiendo qué fue la que detonó semejante rabieta. Lo único que me queda claro es que conmigo no hace ningún trámite más. No tolero estos bochornos.

1 comentario:

Cecile dijo...

Literalmente: MORI DE RISA. Seguro que te acordaste de todas las veces que estuviste del otro lado, y pensaste para tus adentros: "ese niñito mal educado","pobre madre" o peor "cómo no puede manejarlo". Es que los niños son así, impredecibles. La gorda está creciendo, es mujer y es hija tuya!!!! JAJAJA
beso amiga, ya es imperioso vernos.