"Can you see me? All of me? Probably not. No one has ever really has" - Jeffrey Eugenides



martes, 20 de julio de 2010

Ïmpronta

En el colegio alemán para señoritas al que fui (casi) toda mi vida escolar, habían un espécimen que siempre me llamó la atención: la profesora de plástica.
Graciela, la responsable de Arte, usaba dos forros gruesos uno en el índice y otro en el pulgar con la justificación de “la tiza le lastimaba los dedos”.
Nunca entendí como en un colegio tan conservador, prestigioso y de monjas, le permitían atribuirse semejante libertad.
Por supuesto que ella negaba la naturaleza de esos pseudoguantes -por decirle de una manera polite- y alegaba que "se los habìan traìdo de afuera especialmente".
Llevaba su pelo negro siempre al hombro, con unos rulos cuidados y exageradamente grandes. Me la podía imaginar durmiendo liviano, con ruleros enormes, incómoda, con tal de conservar el look. Su perfume, intenso y dulzón, inundaba el aula. Pasar por el umbral de esa puerta te hacía entrar un sopor perfecto, escenario ideal para desatar la imaginación.
Yo solía llegar primero, con una o dos amigas, hablábamos sin parar enfrascadas en cuentos de chicos o en el clásico y conocido “yo te dije, ella me dijo” y la saludaba con un “Hola Grace” (pronunciado como Greise) distraído.
Recuerdo sus clases como un largo recreo. Daba una consigna clara y nosotras jugábamos a ser Picasso por un rato. No hay nada más subjetivo que el arte, por lo que era sabido que nada podía estar visceralmente mal. Todo era válido, si bien ella era ridículamente exigente en detalles.
Tres veces por año nos obligaba a ir a un Museo, con la intención de generar en nosotras una costumbre. Siempre eran muestras controversiales, con muchas aristas para discutir o pensar. Yo iba feliz, claro. Para mi era un programón. No lo era así para muchas de mis compañeras, por lo que hacía las veces de representante. Iba, prestaba abundante atención a los detalles y después los repetía hasta el hartazgo a quienes por motivos diferentes, no habían ido.
Era buena para eso y para acordarme los pormenores de todos de los libros que nos hacían leer. Te convenía tenerme de amiga, de no ser por lo mala que era en Matemáticas, Química y afines.
Graciela nos evaluaba con un oral, frente a toda la clase, al final del trimestre. Para rendirlo, habìa que tener la carpeta de *obras* completa. Lo estrafalario del asunto era que en el examen nos inquiría las preguntas más inusuales. Como por ejemplo, donde eran los baños en el Museo, si tal cuadro doblando a la derecha o a la izquierda por el pasillo, si el guía de las 5 de la tarde tenía bigote o era bizco.
Me queda la duda, hasta el día de hoy, si esa profesora tenía hijos, si les dibujaba a ellos como a nosotras, si extraña a alumnas alegres y charlatanas como yo, si era una artista frustrada o si era feliz.

No hay comentarios.: