Mis papás durante el verano, en aquel balneario conocido, solían preocuparse (y sufrir)mucho porque me daban por perdida varias veces a lo largo del día. Me buscaban por todos lados hasta que suspiraban aliviados al distinguirme chapoteando entre las olas. Podía pasar horas y horas metida en el mar. Salía sólo para almorzar algo frugal y rápido, con los dedos como pasas de uvas y volvía a meterme.
Hasta el día de hoy, el ruido de las olas me serena, me calma, me tranquiliza, me eleva. Lo loco es que noto que a mi hija le pasa lo mismo. Es más pensé seriamente en tener a mi Hija en el agua. Decí que el mecanismo acá en Buenos Aires no está aceitado y temía que por buscar un parto más personal pusiera en peligro a Margarita. Al final parí en un Sanatorio como el 70% de la gente pudiente. Y fue increíblemente trascendental.
El sonido del agua me hace volver a mi eje, aquietarme o simplemente me hace bien tampoco hay que ponerse tan complicados, no? Cuando estoy triste o angustiada me doy un baño de inmersión, largo con aceites o sales ad hoc. Estoy convencida que no hay nada que al agua no pueda sanar.
La cuestión es que hoy encontré esta instalación o happening (foto abajo), como quieran llamarle. Sin lugar a dudas este sería mi lugar en el mundo. Estemmm ¿y si hacemos que la inmobiliaria se pierda el contrato de renovación de alquiler en el PIIIPPP y nos mudamos ahí a vivir gordi? eh, ¿qué opinás?. Estaría bueno cambiar. Sí puede ser que esté un toque loca pero te gusto así, no te hagas. OK pensalo tranquilo. Avisame.
Made in Japan.